El hombre es un ser con fin

Publicado: 4 febrero, 2011 en Pensamiento

Damastes, hijo de Poseidón, era el posadero de la ciudad de Eleusis. Se le conocía por el nombre de Procusto,‘el estirador’, ya que obligaba a sus huéspedes a acostarse en una cama de hierro y al que no tuviera las mismas medidas o bien le serraba las piernas si sobresalían o bien se las estiraba hasta igualarse con la cama. Pero al final fue el mismo quien probó su medicina a manos de Teseo. Este mito griego nos recuerda que la realidad nunca puede acomodarse al gusto del personal, sino que tiene un orden y una estructura. Sin embargo son muchos quienes siguen los pasos de Procusto: los terroristas de ETA que colocan explosivos para reivindicar lo que consideran que les pertenece; las personas homosexuales que exigen que su unión sea considerada matrimonio y adoptar niños para formar una familia, o las mujeres que deciden abortar.     

El hombre es un ser abierto a la realidad, es decir, a la verdad y al bien, a los que tienen por su naturaleza ontológica de manera voluntaria. Lo voluntario es “aquello cuyo principio está en uno mismo y que conoce las circunstancias concretas de la acción” (Aristóteles, Ética a Nicómaco). El hombre conoce el fin, al que distingue de los medios, y su razón de ser. De ahí que lo esencialmente humano sea su capacidad de proponerse fines dotando las acciones de sentido. El objeto de la voluntad humana es el bien captado por la inteligencia en cuanto que bien (Tomás de Aquino, Suma Teológica). Sin embargo, por la imperfección de nuestro conocimiento este ‘en cuanto que bien’ puede ser apariencia y no corresponderse con la bondad real. Esto quiere decir, también, que la voluntad humana tiende al bien, ya sea real o supuesto, pero nunca al mal en sí mismo.

Es innegable que los hombres, todos, tienden a la felicidad como fin último y bien supremo. Además, sabemos que esta felicidad no es elegible, sino que es una inclinación necesaria y natural a nuestra constitución ontológica – voluntas ut natura –. Sin embargo, nuestro conocimiento aunque trascendente es finito, por lo que no podemos conocer nuestro fin último – Dios –, sino que hemos de tender hacia bienes que operan de medios respecto de dicho fin – voluntas ut ratio –. Por otro lado, la voluntad está indeterminada respecto a cualquier bien finito, en consecuencia, ninguna acción del ser humano está predeterminada, pues predeterminación sólo existe en la tendencia al bien en general, pero no hacia el bien particular. Por tanto, la voluntad necesita de la intervención del entendimiento para guiar la acción hacia el bien parcial. La inteligencia y la voluntad son dos potencias que interactúan: la inteligencia actúa de causa final, mueve a la voluntad presentándole el bien que debe ser amado (los medios); y la voluntad mueve a la inteligencia para conocer mejor aquello que ya conoce y quiere, es decir, valorar cual de los medios es el más adecuado (Tomás de Aquino, Suma Teológica).    

Vivimos en una época netamente relativista que desconoce cuáles son los medios para alcanzar el fin último. En el discurso político experimentamos como ‘lo bueno’ se entiende según intereses particulares: si determinada propuesta reporta un aumento de votos esa propuesta es buena; pero es un bien en apariencia, porque no es un bien real sino particular. Así, puede ser un bien aparente el aborto o la eutanasia que contribuyen a que una determinada ideología logro un mayor número de votos en comparación a la ideología oponente. A esta situación también debe añadirse una equivocada comprensión de la libertad personal. Cuántas veces experimentamos la tendencia de muchas personas que anhelan un acto no bueno por simple testimonio de la libertad y la apetencia. No obstante – y nunca me canso de repetirlo aunque me haga pesado –, la libertad propiamente humana es la apertura a todo lo real, es decir a la verdad y al bien; en consecuencia la libertad es la tendencia natural del hombre a ser lo que debe ser. Ser libre constitutivamente quiere decir ser dueño de uno mismo en orden a su fin último: Dios.    

Sí, la libertad humana es finita en contra de la idea preestablecida por la cual su único límite es la libertad del otro. Nuestra libertad es finita pues el hombre no es dueño de su origen ni de su término; por otro lado, podemos escoger los mejores medios para alcanzar el fin último pero éste no es objeto de nuestra elección, sino que tendemos a él de manera necesaria por nuestra naturaleza ontológica: hablo de la felicidad, de Dios. Sartre tenía razón, el hombre está condenado a ser libre (El ser y la nada), por su propia constitución para alcanzar lo que debe ser: su fin. Y, desde luego, nadie puede ignorar esta verdad, sean cuales sean sus circunstancias. Pero hoy la libertad parece infinita, su autonomía es ilimitada dentro de la concepción materialista del hombre. Nietzsche la entendía como un movimiento circular que nunca se agota y que dice sí a todo, es decir, que se está más allá del bien y del mal. Sin embargo esto es contradictorio respecto a la propia naturaleza del hombre que tiende al bien último como causa de su perfección: de lo contrario el hombre está abandonado a su suerte, una suerte apocalíptica en cuanto que desprende al hombre de su fin, de su realización y perfección.  

comentarios
  1. […] de las cosas. Sin embargo, para algunos la realidad debe adaptarse a ellos como acontece en el mito de Procusto. Pero el fin no justifica los medios ni los medios tienen razón de fin en cuanto que los fines y […]

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