La experiencia religiosa en sí procede de la apertura del hombre a lo trascendente y una de sus principales características es la tensión que se produce en la persona – en todas las dimensiones de su ser – al entrar en contacto con una realidad que le supera en todos los sentidos. Otras particularidades de lo que llamamos experiencia religiosa son tanto su múltiple variedad como la novedad que supone en cada momento debido a la maduración espiritual de la persona ante la “presencia” de Dios. Dentro de la experiencia mística ocurren acontecimientos, entre los que destacan los denominados místicos, pero no por su importancia, pues la vida ordinaria del creyente no va acompañada de ellos ya que si la experiencia religiosa fuese radicalmente distinta al sentimiento de fe cotidiano se crearía una fractura psíquica en el hombre, sino por su idiosincrasia.
La experiencia religiosa es una experiencia vivencial, es decir, es el conocimiento inmediato de la realidad trascendente obtenido a través de una relación vivida con ella. La experiencia con la divinidad es diferente en los dos grandes grupos de religiones. En las religiones místicas (hinduismo, budismo y taoísmo) la experiencia es vivida de modo impersonal e intemporal con una realidad que no trasciende y que se representa como una unidad indiferenciada con los símbolos del abismo, el silencio y el vacío. En cambio en las religiones proféticas (judaísmo, cristianismo, islamismo y mazdeísmo) la experiencia es con una realidad personal trascendente que interviene en el devenir humano. Toda experiencia religiosa cristiana es la relación bilateral entre la persona creyente y la realidad creída, por lo que es imposible analizar la experiencia si sólo se tiene en cuanta al sujeto creyente. Por tanto, en la experiencia de lo trascendente hay una dimensión objetiva, que es la creencia en Dios, y una subjetiva, que es vivida por la persona creyente interpelada por la divinidad.
Es importante señalar la diferencia sustancial que hay entre una experiencia religiosa propia de las espiritualidades orientales y la experiencia religiosa cristiana para entender los estudios neurológicos realizados en gran medida por aquellos que consideran que la religión es simplemente un fenómeno cerebral. Los estudios de D’Aquili y Newberg han sido realizados por la observación de monjes budistas y religiosas franciscanas. Durante la meditación de los primeros y la oración de las segundas se producen, obviamente, sucesos eléctricos y bioquímicos en el cerebro, pero también diferencias fenomenológicas entre la meditación y la oración. Ésta es el diálogo personal entre el hombre – cuerpo y alma – y Dios, es decir, es el encuentro de dos realidades personales y su libertad; mientras tanto, la meditación budista en esencia no es más que el encuentro con uno mismo, por lo que es una introspección psicológica: la meditación, aunque es una realidad fascinante y prodigiosa, es producto humano.