Vivimos en la dictadura del relativismo

Publicado: 7 agosto, 2010 en Pensamiento

Durante la homilía anterior a su elección como Papa, el cardenal Ratzinger pronunció unas palabras que son la mejor radiografía del último siglo: “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta e libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. […] Mientras que el relativismo, es decir, dejarse ‘llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina’, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”.  

 

“Una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”. Si analizamos a la sociedad actual, a nuestros intelectuales, a nuestros políticos o a nuestros amigos y vemos como piensan, como actúan y como viven, surge la pregunta: ¿para qué necesitamos la verdad? Muchas veces he hablado de la importancia de la verdad para el devenir del hombre. Hace unos días escribía que “porque amamos el saber, el misterioso encanto de las cosas y el sentido revelado de la vida, no tenemos mayor ideal que orientar la existencia hacia la verdad. Quiénes somos y para qué vivimos es la meta de nuestra razón y obviar estas interrogaciones con escépticas vacilaciones o con nauseabunda inacción es el mayor de los crímenes”. Renunciar a la verdad es renunciar a lo que es el hombre y a la realización de su sentido.

 

El cristianismo y su fundamento son continuamente vilipendiados por la dictadura del relativismo, cuántos pensamientos ya anticuados o perdidos en el tiempo auguraron su final. Sin embargo, el cristianismo sigue en pie por hallarse circunscrito en la verdad, en la verdad de Dios, que es Quien más nos dice sobre el mundo y sobre nosotros mismos. El hombre para ser él mismo en grado absoluto necesita aproximarse a la verdad, porque cuando más se aparta de ella más víctima es del peso funesto de las ideologías y de los pensamientos intelectuales de corte relativista. Y el siglo XX y los comienzos del XXI son un buen ejemplo de estas corrientes que sólo destruyen al ser humano. En la actualidad se habla mucho de libertad, de derechos, pero esas libertades y esos derechos son ficticios: el aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales, etc., destruyen toda nuestra humanidad y son contrarias a la verdad que colma nuestra existencia de sentido: quien no ama la verdad, desde luego, no está capacitado para obrar el bien; y donde no se halla la verdad no existe la justicia ni la libertad.

 

Demos la palabra a la verdad y nuestra ciencia, nuestra filosofía, nuestra política… en definitiva, todas nuestras acciones serán más humanas y estarán orientadas en el sentido hacia el cual nos dirigimos. Mientras esto no ocurra, viviremos en sociedades injustas, donde los derechos y las libertades son subterfugios de poderosos caprichos que gobiernan a los hombres como esclavos, pues sólo son libres los hombres que están en la verdad y desarrollan su existencia a partir de ella, porque la conciencia humana se abre, de modo, natural a la verdad; a la vez, es la propia conciencia la que ayuda a defender la verdad allí donde es ultrajada por el nihilismo y el relativismo.

 

Vivimos en sociedades donde se gobierna desde el nihilismo y el relativismo, donde se aliena al hombre negándole todo acceso a la verdad, haciéndole dependiente de las opiniones y de los pensamientos ajenos. Donde no hay verdad el hombre se convierte en una bestia, porque todo está permitido, porque el bien deja de ser un valor trascendental, para convertirse en una mera subjetividad desechable. Dirigirse hacia el camino de la verdad, y de la libertad, no es nada fácil, todo lo contrario, sin embargo tenemos la figura de Jesucristo, que es la revelación de la verdad.

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