Sólo la sustancia espiritual en tanto que voluntad puede ser la causa de las ideas. No obstante no todas las ideas son iguales, pues hay ideas de los sentidos e ideas de la imaginación. Éstas últimas pueden ser producto de una voluntad finita pues cada uno de nosotros puede hacer surgir en su mente una u otra idea con total libertad. Pero no sucede lo mismo con las ideas de los sentidos, pues ante ellas la mente es pasiva, es decir, si hay cinco bancos en la plaza habrá cinco bancos quiera o no quiera, como tampoco podemos escoger que objetos de la realidad queremos que se nos aparezcan.
Para Berkeley hay un espíritu, que existe con más certeza que los espíritus finitos, que produce las cosas corpóreas: “Por tanto, a cualquiera que sea capaz de la más mínima reflexión le resultará claro que nada es más evidente que la existencia de Dios, es decir, de un espíritu que está inmediatamente presente a nuestras mentes produciendo en ellas toda esa variedad de ideas o sensaciones que continuamente nos afectan, del que dependemos total y absolutamente; en una palabra, en quien vivimos, nos movemos y existimos […]. Que el descubrimiento de esta gran verdad, tan próxima y tan obvia para la mente, sólo pueda ser logrado por la razón de unos pocos, es un triste ejemplo de la estupidez y distracción de los hombres, quienes, aunque se encuentren rodeados por tan claras manifestaciones de la divinidad, sin embargo, están tan poco influidos por ellas, que parece como si estuviesen ciegos por el exceso de luz” (Tratado sobre los principios del conocimiento humano).
De este modo uno de los atributos principales de Dios es la actividad. Pero además Dios es sabio y es bueno pues las ideas que no dependen de la voluntad humana poseen “una estabilidad, orden y coherencia, y no son producidas al azar, como a menudo las que son efecto de las voluntades humanas, sino que son producidas de acuerdo con una secuencia o serie regular, su admirable concatenación testimonia suficientemente la sabiduría y la bondad de su autor” (Tratado sobre los principios del conocimiento humano). Y “considerando que toda la creación es obra de un agente sabio y bueno, parecería adecuado que los filósofos se dedicasen a pensar en las causas finales de las cosas, y tengo que confesar que no veo la razón de por qué no puede considerarse el señalar los diversos fines a los que se adaptan las cosas naturales y para los que fueron originalmente concebidas con indecible sabiduría como un buen procedimiento para explicarlas, digno totalmente de un filósofo” (Tratado sobre los principios del conocimiento humano).
Desde luego las cosas son obra de un único agente, pues las cosas que son diversas no se unen en un mismo orden salvo que las ordene a eso un mismo ser y, ¿no hay en la realidad una visible unidad de designio y fin? ¿No siguen las leyes del movimiento, las mismas de ayer y hoy? Por otro lado, esta bondad y sabiduría de Dios no se ve puesta en cuestión por la presencia del mal en el mundo, pues es necesario que Dios actúe por leyes generales y fijas, aunque esas leyes dejen escapar algunos males, porque de otro modo el hombre no sería capaz de descubrir los secretos de la naturaleza y consiguientemente no sabría como comportarse en su vida. Por otro lado la realidad del mal sirve para poner de manifiesto la belleza de la creación, y porque los defectos del mundo forman parte de un todo, dentro del cual no son defectos, aunque lo parezcan debido a la limitación de nuestra perspectiva. Por tanto, declararse ateo o maniqueo por la abundancia del mal en el mundo no indica más que falta de reflexión.