El teólogo y sacerdote jesuita Juan Masiá Clavel, defensor de los anticonceptivos y partidario de celebrar la Eucaristia con arroz y té, regresa con sus cotidianos y donosos vilipendios. En esta ocasión encomia el modo en que los católicos japoneses participan en la celebración de la Eucaristía y critica el inmovilismo de la educación religiosa en España, como la anticuada costumbre de confesarse antes de la misa.
La Eucaristía no es sólo un encuentro convival fraterno como insinúa el padre Masiá. La Iglesia vive de la Eucaristía; en ella se cumple la promesa de Jesucristo: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20); y por ella mantenemos la esperanza en nuestro trascendente peregrinar hacia la Jerusalén celestial. La Eucaristía, en primer lugar, es el don por excelencia, Cristo se dona a sí mismo y no una sola vez, sino para siempre. En la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección del Señor, se hace presente este acontecimiento central de la salvación y se realiza la obra de nuestra redención.
La Iglesia, mientras peregrina en la tierra, está llamada a mantener y promover tanto la comunión con Dios trinitario como la comunión con los fieles. La Eucaristía es la culminación de todos los Sacramentos ya que “es tan perfecto que conduce a la cúspide de todos los bienes: en ella culmina todo deseo humano, porque aquí llegamos a Dios y Dios se une a nosotros con la unión más perfecta” (Nicolás Cabasilas, La vida en Cristo). La íntima relación entre los elementos invisibles y visibles de la comunión eclesial es la parte constitutiva de la Iglesia como sacramento de salvación y sólo en este contexto tiene lugar la verdadera comunión, por esto San Juan Crisóstomo dice: “También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo” (Homilías sobre Isaías).
La confesión antes de recibir la comunión es una exhortación de la Iglesia que recoge las palabras del Apóstol Pablo quien afirma que para recibir dignamente la Eucaristía debe preceder antes la confesión de los pecados cuando se es consciente de estar bajo pecado mortal. La Penitencia no es una forma anticuada, sino que es un sacramento que va ligado estrechamente con el sacramento eucarístico. La Eucaristía actualiza y perpetúa el sacrificio redentor de la Cruz por lo que exige al fiel la reconciliación con Dios, de ahí la necesidad de la penitencia. Ciertamente negar el valor de la confesión es afirmar que no existe el pecado y que el hombre no necesita la salvación.