Una visión cristiana de la angustía y el sufrimiento

Publicado: 31 julio, 2008 en Iglesia, Modos de vida

Con anterioridad expuse el tema de la angustia dentro del estudio de la filosofía de Kierkegaard. Si recordamos nos decía que la angustia es el estado en el que se encuentra el hombre que no da el paso hacia el estadio de la fe. Tratemos ahora la cuestión de la angustia desde el misterio cristiano del sufrimiento. No obstante, antes de avanzar, hagamos un alto en el camino y apreciemos como desde la antigüedad cristiana los faltos de salud espiritual o corporal han vuelto siempre la mirada hacia la Madre de Dios encomendándose a Ella. Y es que la Virgen María, a lo largo de su vida terrena, fue receptáculo de dolor espiritual. Basta una superficial mirada a la Escritura para darse cuenta de ello: “Y a ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc 2, 35); “… toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle” (Mt 2, 13). Estos pasajes junto a otros (Lc 2, 41-50; Jn 19, 25-27) son suficientes para entender y comprender como el sufrimiento permite a María superar con fortaleza el momento mismo de la crucifixión de su Hijo. La Iglesia, desde siempre, tiene excesiva preocupación y predilección por los enfermos. Recordemos como en las primeras comunidades católicas muchas curaciones acompañaban la prédica de los apóstoles. De este modo, los católicos del siglo XXI hemos de ser solícitos para con los enfermos y los sufrientes, viéndolo como un aspecto destacadísimo, importantísimo, de la pastoral.       

 

¿Qué es el sufrimiento? ¿Por qué se da la experiencia del sufrimiento? ¿Tiene un objeto de ser el sufrimiento? Desde luego son tres preguntas fundamentales para ahondar en un estudio serio sobre dicha cuestión. En primer lugar, es preciso hacer una neta distinción entre lo que es “estar triste”, que es el estado que se caracteriza por un malestar psicológico frecuente, que conduce a estar alicaído, con el padecimiento de una depresión, que a diferencia del “estar triste” añade el carácter de permanencia. El hecho de estar triste no lleva como en el caso de la depresión a la insatisfacción real, al deseo de dejar de vivir. La depresión, a diferencia del “estar triste” es un estado que el estudio clínico cataloga como patología. El Santo Padre Juan Pablo II decía que “los diferentes aspectos de la depresión en su complejidad: van desde la enfermedad profunda, más o menos duradera, hasta un estado pasajero, ligado a acontecimientos difíciles – conflictos conyugales y familiares, graves problemas laborales, estados de soledad…-, que comportan una fisura o una ruptura en las relaciones sociales, profesionales, familiares. La enfermedad es acompañada con frecuencia por una crisis existencial y espiritual, que lleva a dejar de percibir el sentido de la vida” (Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la XVIII Conferencia Internacional sobre “La depresión”, promovida por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, Ciudad del Vaticano, 14 de noviembre de 2003, n. 2).

 

La depresión es un mal complejo y muy presente en la sociedad actual. La fuerte presencia de la soledad, de la incertidumbre y de la frustración tiene su epicentro en la falta de sentido existencial. Ante esta situación, ¿hemos de entender la existencia como un drama?  Ciertamente, cuando Feuerbach, Nietzsche, Hobbes, Freud, Foucault, Derrida o Levi-Strauss acreditan, desde distintas visiones, la ausencia de Dios, en cierto modo se está sepultando al ser humano. Pero lejos de estas razonadas pero irreales afirmaciones, el ser humano se manifiesta como un ser totalmente dotado de sentido. Los cristianos, hemos de dar testimonio que la exigencia fundamental del hombre es la plenitud de sentido, sentido que viene de Cristo, Hijo real de Dios encarnado, que nos manifiesta qué es el hombre. Contra la imperante falta de sentido y la consecuente angustia y depresión hemos de expresar con viveza la voluntad de sentido, que lleva al hombre a conducirse hacia su plenitud, plenitud que la Escritura y la palabra viva del Verbo nos revelan que se dará en el juicio final, cuando todos gocemos del cuerpo glorioso. Estar llenos de fe, nos lleva a salir del letargo y la frustración para dar sentido y disfrutar de la existencia.  

 

Otro de los aspectos de la depresión actual del ser es el fútil deseo de perfeccionamiento con el único objetivo de alcanzar brillantes resultados profesionales. Esta obsesiva intención conduce a muchos hombres y a muchas mujeres a un estado de presión y exigencia tan alto que hace a la persona más vulnerable a la frustración. Este perfeccionamiento bebe de la voluntad de poder nietzscheano, no es un amor generoso a la responsabilidad moral de las personas, sino un vivo sentimiento de ser omnipotente (transvalorización de los valores reales) que lleva al hombre a sobredimensionar sus capacidades reales. La soledad, como bien apuntábamos antes, es una de las fuentes de la depresión del hombre actual, que experimenta una desesperación de su sentido de autocrítica y tiende a vestir de total negatividad todas sus acciones (Herder, El hombre doliente).

 

El único modo humano de salir del estado de vacío existencial y de depresión es aceptar la realidad tal cual es, aceptando el sufrimiento y la angustia, y descubrir que la vida tiene sentido, que apunta a un fin y que este fin no es el abismo como sostenía Cioran, sino que el fin está desde el principio pensado por Dios, que es la recapitulación de todo y de todos en Jesucristo. Hay que descubrir el sentido real de la existencia humana que se fundamenta en el amor de Dios, un Dios que quiere nuestra felicidad de tal manera que nos dio su propio hijo para que pudiéramos ser hijos de Dios. La Iglesia vive preocupada, como decía, por los angustiados y sufrientes. Toda pastoral cristiana debe tender la mano a todos los enfermos para ayudarles a descubrir el profundo Amor que Dios nos tiene. Por otro lado, decíamos que hay que aceptar el sufrimiento, la angustia, pero no como puro sadomasoquismo, sino como auténtica forma de participación en la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y, descubriendo, como decía Paul Claudel, que la alegría es la primera y la última palabra del Evangelio.  

comentarios
  1. Alfonso Luis dice:

    «La angustia florece cuando la esperanza se marchita.»

    Y no cabe duda que la Esperanza cristiana traspasa todo dolor y sufrimiento, trasciende todo lo inimaginable y espera la justicia y la justificación final de la Historia.

    Sin una profunda experiencia espiritual de la esperanza que Jesús vino a ofrecernos a través de los misterios de su vida, el cristiano cae fácilmente en el enmarañoso zarzal de la angustia y la desesperanza que pronto le ofrecerán vanos espejismos de falsas promesas.

  2. opusprima dice:

    Saludos Alfonso. Cuanto significado encierra la expresión con la que abres el comentario. Aunque la esperanza parezca la virtud teologal más fácil de practicar es la que, los cristianos obviamente, tendemos a olvidar con más frecuencia, ya sea por esos espejismos de los que hablas o ya sea porque nuestra fe está enraizada en un pantanal.

    Gracias por comentar.

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